Durante muchos siglos a los huracanes se les bautizaba por el santo del día en el que se manifestaban en una zona concreta. Actualmente, lo que se hace es una lista con los nombres que recibirán los huracanes que vayan apareciendo durante el año. El sistema de nomenclatura de la Organización Metereológica Mundial elige un nombre por cada letra de abecedario -a excepción de las letras Q, U, X, Y y Z-, alternándose nombres masculinos y femeninos. La idea de poner nombres de personas a los fenómenos atmosféricos en lugar de otras denominaciones -como la latitud y la longitud- que se utilizaban antes surgió para facilitar el trabajo a los medios de comunicación a la hora de publicar noticias sobre ellos.
Hasta mediados del siglo XIX no existía una coordinación a la hora de nombrar a este tipo de fenómenos metereológicos. A partir de entonces se comenzó a denominar a los huracanes con nombres de mujer, sacándolos de denominaciones bíblicas. Fue un metereólogo australiano a finales del XIX el primero que lo hizo, empezándose a usar esta nomenclatura en EE.UU a partir de 1953. En 1978 comenzaron a añadirse nombres masculinos a las tormentas del Pacífico Norte Oriental. La unión llegó más tarde cuando la OMM y el Servicio Metereológico de Estados Unidos decidieron alternar nombres de hombres y mujeres.
A pesar de que los nombres de los huracanes pueden repetirse a lo largo de los años, cuando uno de ellos ha resultado muy destructivo su nombre se retira de las listas. En este grupo destacan los famosos huracanes Irene (2011), Katrina (2005), Mitch (1998) y Tracy (1974), entre otros, que tan daño causaron.