La primera vez que a alguien se le ocurrió cómo se podía regar una tierra árida sacando el agua desde el río fue hace miles de años utilizando una caña de azúcar. Un invento producto de la observación que comenzó a utilizarse en Asia Menor. El principal problema que presentaba para transportar agua es que la caña era muy rígida y se rompía casi con la mirada. Había que buscar un material que fuera resistente y, a la vez, flexible, algo bastante complicado para la época.
La mejor respuesta a esta demanda era la goma, una sustancia resinosa y elástica que se sacaba de los árboles. Este material ya había sido traído desde América en la época de los Reyes Católicos. En la obra De Orbe Novo se describía como los monjes jugaban con una pelota hecha de goma que rebotaba contra el suelo. Sin embargo, la goma no se utilizó para construir mangueras hasta 1835, por lo que se tardó muchos siglos en resolver el problema de la flexibilidad. Antes, en 1673, el jefe de bomberos de Ámsterdam utilizó por primera vez una manguera fabricada con cuero.
La goma ya se utilizaba para los sujetadores de mujer, sustituyendo al alambre y en 1736 ya servía para borrar. Cuando, por fin, alguien tuvo la idea de aplicar este material para fabricar mangueras supuso una revolución para el riego y, sobre todo, para las unidades de bomberos que tendrían mayor movilidad y podían enrollarla. Se siguió avanzando y en 1914 se creó la primera manguera de goma sintética. Un material que ha servido para hacer numerosos inventos.