Aunque actualmente y desde hace muchos siglos la expresión “prueba de fuego” se utiliza para medir la capacidad o la validez de un proyecto, su origen tiene un significado más brutal y doloroso. La prueba de juego se empleaba en la Antigüedad y en la Edad Media como medio para mostrar si alguien era inocente o culpable. Si las heridas se curaban más rápidamente significaba que Dios estaba de parte del acusado y se dictaba sentencia. En aquellos lugares todavía ausentes de una administración judicial, este tipo de pruebas suponían una especie de juicio de Dios: si un hereje era inocente el fuego en el que iba a ser quemado no le haría daño ya que la providencia divina le protegía.
Este tipo de pruebas con fuego pertenecían a los juicios divinos medievales para afirmar o negar una acusación. Existían diferentes variantes para superar las imputaciones. Una muy tradicional era llevar un metal incandescente en las manos durante una distancia de nueve pies o más. Otras pruebas eran andar descalzo sobre varias rejas de arado ardiendo y también poner directamente la mano en el fuego. Si el acusado conseguía soportar el dolor o sus heridas no se infectaban demasiado era considerado inocente.