El origen del chicle tal y como lo conocemos hoy, se localiza en el norte de Centroamérica y al sureste de México, donde estaba el centro de la cultura maya.
Los mayas recolectaban la savia de un árbol muy común en esa zona llamado chicozapote, que generaba algo parecido al chicle.
Se realizaban incisiones en zigzag sobre la corteza de este árbol y luego de un proceso de secado obtenían un producto masticable que era utilizado para limpiarse la boca, los dientes e incluso para controlar el hambre en los días de ayuno.
Con el “sicte”, como ellos lo denominaron, comerciaron con pueblos vecinos como los aztecas, que pasaron a llamarlo “tzictli” (pegar), de donde pasaría al castellano como chicle.
Su éxito mundial se produjo de la mano del presidente mexicano Antonio López de Santa Anna y el americano Thomas Adams, que, tras fracasar intentando sustituir el caucho de neumático por chicle, acabarían utilizando el sobrante para crear las primeras gomas de mascar que vendieron en farmacias.