La Tierra prometida es la región que Dios le prometió a Abraham y sus descendientes.
Aquel día hizo Yavé un pacto con Abram, diciendo: “A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el Éufrates: la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos.”, Génesis 15:18-21.
Según la promesa, la tierra prometida es una tierra fértil, llena de arroyos, fuentes y manantiales, donde hay trigo y cebada, higueras, ganado, olivos, aceite y miel, donde nunca faltará nada.
En el sentido espiritual vemos que, simbólicamente, la Tierra Prometida es precisamente ese estado de gracia que Dios nos da cuando creemos en Él, cuando Le amamos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas.
Así encontramos que no sería Moisés, sino Josué quien conquistaría la Tierra Prometida. En este punto, hay un contraste con respecto a que es Dios quien nos da esa tierra, al ver que es una conquista. La respuesta es que hemos de luchar para conquistarla, pero Dios nos da Su estrategia, Su protección, Su bendición y Su provisión para ganarla con Su favor.